lunes, 16 de mayo de 2011

Sobre la locura

A veces nos es dado el pensar en ciertos pacientes que son internados presos de un una doble paradoja institucional: por un lado este juego que les impone la sobre-determinación de la ley y por el otro una ley que falta al modo de una subjetividad ausente, desmarcada de la ley del resto y con un rótulo que la nomina en tanto perteneciente a un lugar otro, un lugar distinto; etimológicamente la palabra locura deriva del latín “locus”: lugar, será entonces la locura en tanto este otro lugar que ha encontrado un espacio donde dibujar los límites que la separan de este supuesto “otro lugar” que habitamos quienes acatamos la norma de la ley social, que nos impone el inter-un juego de roles en la interpretación de la clara expectativa que espera el otro de mi, una respuesta que satisfaga la tipificación recíproca en este juego institucional que construye la sociedad.

Pareciera ser entonces que “el loco”, este otro distinto de mí, que no conoce como reaccionar adecuadamente ante las expectativas de los demás, no sabe cómo adecuarse ante aquello que el otro espera, y en ese sentido se dice que no conoce la ley. Se impone aquí de un modo cruel la ley de la institución, la institución misma es legitimada por una forma en que se han naturalizado sus prácticas desde el discurso científico que no viene más que a invisibilizar el trasfondo moral de la cuestión.

La ciencia muchas veces acude a legitimar las prácticas coercitivas de la institución manicomial, en estos casos se produce un deslizamiento de sentido donde el psiquiatra viene a reemplazar al gendarme en la función de custodiar al sujeto peligroso quien puede ocasionar algún perjuicio a cualquier otro semejante quien sí puede acatar la ley social.

De cualquier modo nuestra labor como trabajadores de la salud no sólo consiste en pensar lo terapéutico sino en pensar lo justo, la igualdad, la ley y al otro en tanto un semejante que sufre, y a uno mismo en tanto otro, a quien le es demandado un pedido: esta demanda, este pedido de ayuda debe sernos primero un toque de atención, no ya en un sentido profesional si no en uno ético y humano.

¿Qué es lo terapéutico entonces?: ¿Una serie de procedimientos minuciosamente controlados?, ¿Una serie descriptiva que defina una nomenclatura de casos y estadísticas y permita operar sobre sujetos como cosas?, ¿un correlato taxonómico que indique que corresponde a cada quien y cuál es el nombre que debemos dar exactamente a cada modo del sufrir?.

Nos inclinamos por que lo terapéutico es ante todo una posición ética y política, una mirada ante el otro como un semejante, como un igual que sufre, no nos legitima nuestro rol como psicólogos ni médicos para cumplir con el llamado al que nos obliga nuestro deber como humanos, no nos legitima un conocimiento más verdadero que el de algún otro, sinceramente pienso que el psicólogo es como un paciente artista quien se entrena y dedica en su arte, que no sólo la palabra es su herramienta sino su práctica, su hacer todo, su cuerpo, su presencia todo eso en conjunto hace al arte del psicólogo como al de un músico o un dramaturgo, y es en esta apuesta más legitima donde se des-compromete con la institución o con un conocimiento legitimado como eficaz o verdadero para comprometerse finalmente con un otro semejante desde una posición que lo responsabiliza como sujeto y no que lo des-responsabilice como un miembro institucional que delega sobre la institución la autoridad que él mismo ejerce y la responsabilidad de sus propias decisiones y su hacer.

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