lunes, 13 de octubre de 2008

Pequeña Historia en Berlin



La vida de Los Otros
Elección singularidad y multiplicidad.
Recuerdo  una escena de un viaje, una de esas pequeñas en escenas que hacen huella en la memoria, y en este punto entrar en resonancia, como dice Deleuze, con un pasado que se actualiza como instante del devenir.
Recorría entonces una calle de Berlín allá por el año noventa y tanto, hacía no mucho de la caída del muro y aún las marcas de la guerra (la fría y la no tanto) se mostraban a cada paso, en cada rincón de la ciudad, de entre los tramos del muro que aún persistían incólumes algunos sobresalían enmarcados de grúas, hombres y camiones que trabajaban afanosamente para disimular cualquier resabio del pasado, que intentaban camuflar y matizar ese quiebre en la ciudad, esa ruptura isotópica del marco arquitectónico, como si con eso pudiesen soldar, reparar y disimular las marcas en la memoria, la huella en los espíritus de los hombres, un pasado que se hace presente en cada lugar, como si con eso la memoria descansara en el olvido del instante, en la recaída del acto entregada al momento profano del porvenir.
Así los restos del gran muro ahora disociado y expandido, ahora quebrado y sólo visible en tramos que afloraban como esos viejos plegamientos montañosos que afloran entre el mar formando islas y que luego se pierden y se vuelven a sumergir en las aguas para sólo dejarse adivinar por el ojo que la completa como una línea continua.
Así en esta forma se dejaba adivinar el muro que curiosamente expuesto a las inclemencias de los turistas, agentes de desgaste de las sus paredes, que cómo el viento transforma la roca en grano y les lleva y disemina, formando del gran valle un desierto, ellos mismos se proveían de martillos para golpear su paredes y obtener como trofeo algún pedazo de ladrillo para llevarse hacia sus casas como souvenir turístico, el antiguo elemento del horror ahora reconvertido como el juguete del niño (Agamben) que se reconvierte en esta misma relación de correspondencia y de oposición entre juego y rito en el sentido en que ambos mantienen una relación con el calendario y con el tiempo.
Como el rito turístico del trofeo tras la conquista del lugar, cómo perpetuar el tiempo en aquel pedazo de piedra, en aquel escombro de muro que miniaturiza la escena del horror atrapada y condensada en él, así también este juego propone un cambio, aun cuando no sepamos ni por qué lo altera y destruye, en esta dialéctica entre la contingencia, la determinación y la elección como modos posibles de lo singular dentro del universal, como quiebre no sólo de un gran muro sino de esta determinación del sujeto en tanto libre como capaz de decidir y de elegir más allá de las prohibiciones y castigos que al modo trágico, signan a los personajes al cumplimiento de un destino ineludible.
Así podemos pensarlo en el marco de esta película, “la vida de los otros”, donde múltiples factores concurren, donde los personajes se encuentran, y se hacen texto de su contexto en el sentido en que la elección es posible. Existe un quiebre que significa elegir cuando el agente xx/7 elige no delatar a quienes supuestamente debía vigilar, ya que todo hacía suponer según la investidura de su rol que era ineludible el destino de su elección, él produce un quiebre singular, elige no cumplir con la orden, y en este caso es el estado el dios cruel al que debía reverenciar con el sacrificio de sus víctimas, las mismas personas a las que él admiraba: entonces en estas fisuras se abren las grietas entre los sujetos y el estado, las grandes rajas que quiebran los muros, ¿o acaso hemos de suponer que un muro cae sólo por efecto de la gravedad?, pues algo ha debido caer antes y esto es precisamente el punto donde se naturalizan las ideas: han debido caer las formas de un mundo, ha debido caer una creencia, ha debido caer una moral para que el muro cayera y ha debido caer un Dios: el estado nación.
Nos diría Agamben, tal vez, de estos souvenirs que los turistas llevan, que sobreviven como desmembramiento y como modo de la temporalidad humana y que está contenida en esos objetos en tanto pura esencia histórica como materialización de la historicidad contenida en ellos mismos.
Sigo recorriendo el texto de la película, y en un particular sentido, inscripto en la memoria, sigo recorriendo las calles de Berlín, el campanario principal de una catedral de Berlín como resto único que ha sobrevivido a la devastación del bombardeo sobre el final de la segunda guerra y a sus pies un cuadro que retrata la antigua catedral para hacer patente este rastro solitario, como vestigio de un tiempo que prolonga la guerra, que no descansa bajo los pies, en el suelo por donde uno camina y escapa de cada rincón el rumor de un pasado silencioso que nos quiere hablar, que nos quiere decir algo aún no dicho y que sólo se revela como extraño rostro de la intuición y se resiste a las palabras.
En la consideración de Deleuze bien podría pensarse este modo del estado como forma de agenciamiento maquínico, este estado todopoderoso concentra sobre si la pretensión de la suma del saber y la noción única sobre cuál sea el modo de vida buena de los individuos, estado bestial que al modo de cronos devora sus hijos, así bien puede pensarse el tiempo devorando a los hombres y al estado tomando sobre si la función del tiempo, resumiendo como principio la determinación sobre lo que debe ser o no ser. En este sentido la disyunción ética del agente que quiebra con el paradigma totalitario anunciando la caída de ese estado, en él sostengo el punto de inflexión de esta película. El poeta y los otros artistas eran fieles a sus ideas y honestos en el sentido de apostar con su vida en ello, pero es en el agente en quien sucede la revelación, es él quien no sólo decide callar sino que toma partida para proteger a sus semejantes, y el silencio y lo que finalmente no se revela en tanto identidad le devuelve un sentido, el sentido íntimo de su propio ser como posibilidad de una elección.
Delleuze nos habla de la posibilidad de lo múltiple por sobre lo unívoco, aquí podemos situar lo posible de elección propuesto y sostenido por el poeta y los actores, y por el lado del estado lo único en tanto agenciamiento deseante y lógica de lo uno, y el quiebre o líneas de fuga en tanto posible desterritorialización como modo de ruptura que por fuerza emprende el agente.
Recuerdo haber cruzado la puerta de Brandemburgo, que se establecía como punto de aduana y uno de los pasos entre las dos Alemanias: la paradójicamente Alemania Democrática y Alemania Federal, durante la guerra fría en este punto, apostado sobre los extremos de una calle dos tanques de guerra se desafiaban, uno americano, el otro ruso, los dos constantemente a la mira de sus cañones como signo íntimo que revelaba el estigma de todo un conflicto. Caminaba silenciosamente por una plaza cuando de pronto me encontré con un conjunto de cruces negras alineadas sobre una hilera de árboles tras una reja, en todas las cruces había inscrito un nombre y una fecha, era un homenaje a todo los caídos intentando cruzar el muro. Divisé una cruz con el nombre de una mujer, y al ver la fecha me di cuenta que había sido muerta intentando cruzar el muro una semana antes que cayera.
Aquellas líneas de fuga se traducen en mujer, en hombre, en pensamiento, en ser, esa multiplicidad abstracta y deseante de pronto se configura en cuerpo, como de pronto la máquina que hace eje en el estado ya no sólo procura agenciar líneas de fuga y sobrecodificarlas, sino que al costo de su propio desintegración aniquila los cuerpos y quiebra la frágil sustancia de la vida.
Estas multiplicidades rizomáticas que denuncian las pseudomultiplicidades arborecentes lo hacen al costo de la sangre, igual que la mancha roja sobre el papel final donde está escrito el informe de la vida del poeta, la tinta roja del mismo color que la sangre de su amante en las manos del agente, las manos del agente manchando el último papel como seña testimonial y más elocuente que cualquier frase que pudiera él informar, porque al fin ese es el costo y esa es la paga con que se elige y con que se defienden las ideas, y en eso la libertad y la determinación al mismo tiempo : libertad al elegir, como rasgo ético, como carácter singular en el universal de significaciones cristalizadas que monstruosamente el estado defiende y cuida en tanto aparato maquínico, de estos movimientos de desterritorialización aniquilando todo lo diferente, lo múltiple y lo rizomático. Determinación al aceptar el costo y la paga.




Bibliografía
Deleuze, Gilles, Mil mesetas. "Introducción: Rizoma", pág. 9 a 32, Pre-textos, Valencia, 1997
Agamben, G. Infancia e Historia, “El país de los juguetes, reflexiones sobre la historia y el juego”, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2001

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