Fantasma
Llameaba su cuerpo en el oro de la tarde, y los caminos se abrían en sendas avenidas a su paso, y ella, impertérrita; desfilaba como una mueca ausente;
enmascarada de púrpura y fuego; su sombrío corazón; y la noche.
En el tórrido azul donde sangra de crepúsculos el día llegaba errante...
Y su fantasma; como un icono de plata; languidecía sobre el puente que desafiaba a los perfumes del río.
Allí se le veía; inconscientemente quise alcanzarla; preguntarle al espectro nocturno por que extraña fantasía mi ojo líquido atrapaba su figura.
Entre los espasmos y el miedo la seguí, como se sigue a un sueño que se ama en vano.
Ella; ánima reina, catástrofe de toda la dulzura, arrancada de la vida, rufiana,
magnética de infinito, fulmínea.
Triunfal, erigiéndose sobre los huesos y las tumbas.
Despertaba del sueño feroz, se erguía como Cariátide que nada sostiene,
su propio peso y el misterio.
Y en la ciénaga mística que guarda en el final el despojo de los cuerpos,
el mármol frío, y la carne sepulta, florecía como estrella;
todo el cielo esquelético era ella, terrible y fugaz.
Y la seguí, con el ansia del secreto, un inclinarse sobre el abismo.
Y de la nada; nada.
Recuerdo las góticas figuras de la vieja iglesia.
¡Sus gárgolas me escoltaron
hasta la nave, donde ella palidecía
y de la nada, nada fue.
Solo rugí con el espanto y el silencio
de verle una vez más desaparecer.
Muda, como todo lo que desaparece,
Ausente, como el abandono,
Silenciosa, como la lengua muerta, y el ojo cerrado.
¡Oh!. Terrible,
terrible desconsuelo.
Ser testigo de tu ausencia,
y solo callar.
Con el grito del silencio,
mi sombra y el amor;
la mujer que solo es sueño
que como un suspiro,
en el último hálito
de la vida
la sangre
no supo recoger.
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