Siempre me gustó imaginar que los fuegos artificiales evocan una memoria tan profunda que es casi cósmica. Como si el hierro en nuestra sangre, que se fundió el los hornos estelares de supernovas que explotaron hace miles de millones de años, vibrara en alguna frecuencia que permite alegrarnos de esas explosiones coloridas y sin sentido, memoria cósmica del profundo sin sentido de la vida también, porque al igual que con los fuegos de artificio el sentido mismo de la vida hemos de inventarnos para poder seguir viviendo.
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