Poesía virtual: ¿que hago aquí golpeando unas teclas sin sueño mientras la noche se desata de misterio...?

miércoles, 4 de diciembre de 2013

¿que hago aquí golpeando unas teclas sin sueño mientras la noche se desata de misterio...?

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El espíritu sopla donde y cuando quiere…

El espíritu sopla donde y cuando quiere…

Hay una metralla de horas que se disparan sobre los días de la prisión

Horas de regocijo, horas de ansia, horas de tenue libertad.

Puedo edificar un puente hacia tus horas…

Cuando el espíritu sopla con la lengua de los pájaros, se quiebra un manto de hielo que va pegado a los cuerpos, y el profeta habla con la voz que despierta a las cosas arrumbadas.

Nuevamente pronuncia el primer Adán el nombre de Dios;

Y se rompe cada pacto entre las palabras y sus pares para deshacer el conjuro cegador.

Cuando el espíritu sopla, la plenitud originaria de cada tono ritma con el alma y danzan los muertos junto a los vivos en el arcano que los funde:

su lucha impretérita

de cielo y tierra.

Cuando el espíritu sopla no hay garantía, no hay algo preciso,

Y resisten al inmenso caos de lo celeste: la mecánica divina, unas palabras y los hijos engendrados por el fuego que aviva el aire limpio de la inspiración.

Arte Poética

Cuando reniego al fin de toda la pedantería que imponen las palabras caras, cuando al fin escribo para mí y para nadie más, retomo el sentido y el lenguaje.

Yo había olvidado esta clave que jamás el poeta debe olvidar:

Se escribe en silencio,

Se es anónimo,

El nombre propio engarzado en cualquier texto suele no ser más que una mezquindad.

Que luego las palabras renazcan: en otro tiempo, bajo otro nombre, en otra lengua, eso no nos tiene en cuenta, y eso en nada nos va. No le pedimos permiso a la pluma ni a la palabra, más aún, ella se vale de nosotros para ser,

no al revés.

Las palabras habitan el vínculo de lo sagrado, viven en un ámbito ajeno a la corporeidad y el fenómeno (aunque ellas mismas son cuerpo y fenómeno), hablar de ellas, y valerse de ellas mismas para hablar resulta siempre una paradoja.

Algunas veces elijo el silencio, pero entonces se apaga el sentido de este ser,

Otras veces prefiero callar, pero entonces busco nuevas palabras que colmen las anteriores,

Como gritos que cubran el llanto que apaga la voz que inunda el vacío.

La palabra, la palabra…

Hoy nadie conoce mi nombre: solo aquellos que me son próximos en lo cotidiano (escribo para otro tiempo), mis pares no me reconocen, y no lo harán hasta que yo sea solo palabra, y nada mejor para un escritor que eso: la silenciosa comunidad de las lenguas sin tiempo.

Ahora solo soy como eres tú: incertidumbre, anhelo, emoción tenue, alegrías, amor, temores, en fin: palabras que eligen encarnar.

Hay palabras fugaces: felicidad, éxito, gloria, pena, derrota;

Hay otras que deciden arraigarse al ser: pasión, amor, desidia, odio, fe, esperanza, ansia, tedio, santidad… en cada quién se hace carne una palabra, ellas son siempre espíritu de una posibilidad y una decisión.

Algunos textos semejan a los arados: abren surcos en el entendimiento, y ciertas palabras son sus semillas (No digo que las ideas sean semillas, tan solo una partícula de ellas: La palabra).

No me alzo con la pretensión del lingüista, no sabría nunca como definir la unidad mínima de significado: en todo lo dicho solo brota un retoño de entendimiento sin unidad y único.

Hay una chispa y eso es todo, luego desde la oscuridad profunda e indómita del lenguaje brota una palabra (pero solo una), y es desde ella que el espíritu encarna.

Poder, poesía, arte, una interrogación y el centro que se abre e irradia su fuerza creadora hacia la periferia expandiendo su luz.

El poeta es un labriego, ha de ser muy laborioso, y apenas esperanzado en cosechas pródigas, solo producirá lo justo (no ha de faltar ni acumulará por si acaso), él debe establecer un equilibrio entre las potencias creadoras de la tierra y el influjo vivificante del sol, él cuida de estas fuerzas primigenias, y él, todo él no es más que la sombra de un oficio que encarna en la palabra que lo nombra: Poeta.

Sinfonía para la infancia

Sinfonía para la Infancia

País tierno de la infancia,

¿Te volveré a ver?

¿Volveré a encontrar los bosques umbrosos al filo del abismo?

Que hoy sosiega por indiferencia la nitidez de aquellos valles

Donde se regodeaba como el ave mágica toda,

Toda mi lúcida niñez.

¿Te volveré a ver joven incrédulo de la muerte, te volveré a ver?

Sapiente del dolor, pero impreciso,

Hoy, hoy que arden mis ojos como encendidos en llamas

purpureas,

Las pupilas son brasas que incendian mi conciencia, y allí debajo

Los ríos de luces que cruzan hacia el mar del reposo.

Sueño, sueño mío, todo hacemos los hombres por olvidar el horror.

Poesía virtual

miércoles, 4 de diciembre de 2013

¿que hago aquí golpeando unas teclas sin sueño mientras la noche se desata de misterio...?

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