Decidí redactar en forma personal unas líneas, que entregamos como consigna de escritura a nuestros alumnos, y que luego comparten online y discutimos en forma off line-
Ahí va
Recuerdo las cartas que escribía hace tiempo, tenía muchos contactos postales con quienes intercambiaba correo, algunos de ellos fueron ocasionales, otros eran amigos que se habían ido a vivir lejos, todo se movía más lento , era el tiempo del revelado fotográfico, cuando de treinta y seis fotos con suerte la mitad eran buenas. Algunas veces revelaba la película ni bien llegaba de vacaciones, y en otros casos había que esperar a terminar el rollo, y así podían pasar meses hasta ver una foto.
Y el correo: pasaba mucho tiempo en medio de carta y carta, tal vez con un persona no intercambiaba más que un par de correspondencias al año y lo que se dijera debía ser significativo, porque no se escribía siempre, porque esas cosas que uno decía las enviaba lejos en el tiempo o el espacio, porque igual que la palabra dicha , la palabra escrita en un papel estaba destinada al olvido, no había copia de lo escrito, y ni siquiera había certeza de que ese sobre llegara a destino. Entonces me centro en el correo postal como tecnología, en la idea de comunicarse con los otros mediante un papel en el que uno grababa en tinta las letras del mensaje, las palabras, todas las oraciones: éramos como copistas medievales dibujando sentido en el papel.
Recuerdo las postales de fin de año, recuerdo que parte del rito de Diciembre, aparte de armar el árbol de navidad, tenía que ver con enviar postales a los familiares, amigos, a todos quienes vivían lejos. Ir al correo a enviar cartas, y recibirlas. Que sensación que llegara el cartero con sobres con tu nombre escrito de puño y letra y no con una etiqueta impresa de modo impersonal, no con una publicidad, ni cuentas bancarias, ni citas legales, no con el resumen de la tarjeta, sino con las palabras de un amigo , con el perfume de alguna persona amada, o con la foto de alguien que se perdía en el recuerdo.
Toda esa tecnología que demandaba el correo: papel, sobre, estampilla, buzón, por solo mencionar una parte en un sistema mucho más complejo y que incluía cartero, oficina postal, bicicleta, camiones, barcos, aviones, y que se invisibilizaba al recibir la carta, una carta-
Además las cartas eran un objeto de culto, a las cartas se las guardaba, con su sobre correspondiente, cada carta de cada remitente era dispuesta sobre una montón aparte del resto, bueno tal vez mi obsesión de orden , pero era una costumbre frecuente.
Conservo aun las cartas de mis abuelos, cuando la vida los llevo a abandonar su tierra natal, su isla en el Adriático, tan jóvenes, y su único vínculo con sus padres y hermanos eran esos papeles, esos sobres, esas letras escritas a pluma, esos rasgos caligráficos llenos de firuletes, conservo cartas que no entiendo, escritas en una lengua que no hablo, como jeroglíficos a los que observo desconcertado sabiendo que dicen algo que no puedo descifrar.
Y ahora escribo rápido sobre este teclado, en forma instantánea le envío un texto o una foto a alguien tan lejano, tengo mil contactos en Facebook, tengo quinientas direcciones de correo agendadas, fotos y archivos en la nube, todo digital, todo tan frágil , leve y fugas . Siento una relación de distancia tal que me impide ser objetivo, siento una especie de nostalgia a-crítica por todas aquellas prácticas ahora lejanas.
El correo postal ha sido la forma de intercambio de información entre las personas e instituciones por mucho tiempo, y recién hace una década es que estamos asistiendo a su desaparición de las formas físicas para pasar a las digitales. Nos alejamos del objeto como fetiche para interiorizar el símbolo, y suceden otras cosas en paralelo: podemos escribir mucho más, en forma más económica, conocemos mucha más gente, y la escritura de ha vuelto predominantemente digital
Ahí va
Recuerdo las cartas que escribía hace tiempo, tenía muchos contactos postales con quienes intercambiaba correo, algunos de ellos fueron ocasionales, otros eran amigos que se habían ido a vivir lejos, todo se movía más lento , era el tiempo del revelado fotográfico, cuando de treinta y seis fotos con suerte la mitad eran buenas. Algunas veces revelaba la película ni bien llegaba de vacaciones, y en otros casos había que esperar a terminar el rollo, y así podían pasar meses hasta ver una foto.
Y el correo: pasaba mucho tiempo en medio de carta y carta, tal vez con un persona no intercambiaba más que un par de correspondencias al año y lo que se dijera debía ser significativo, porque no se escribía siempre, porque esas cosas que uno decía las enviaba lejos en el tiempo o el espacio, porque igual que la palabra dicha , la palabra escrita en un papel estaba destinada al olvido, no había copia de lo escrito, y ni siquiera había certeza de que ese sobre llegara a destino. Entonces me centro en el correo postal como tecnología, en la idea de comunicarse con los otros mediante un papel en el que uno grababa en tinta las letras del mensaje, las palabras, todas las oraciones: éramos como copistas medievales dibujando sentido en el papel.
Recuerdo las postales de fin de año, recuerdo que parte del rito de Diciembre, aparte de armar el árbol de navidad, tenía que ver con enviar postales a los familiares, amigos, a todos quienes vivían lejos. Ir al correo a enviar cartas, y recibirlas. Que sensación que llegara el cartero con sobres con tu nombre escrito de puño y letra y no con una etiqueta impresa de modo impersonal, no con una publicidad, ni cuentas bancarias, ni citas legales, no con el resumen de la tarjeta, sino con las palabras de un amigo , con el perfume de alguna persona amada, o con la foto de alguien que se perdía en el recuerdo.
Toda esa tecnología que demandaba el correo: papel, sobre, estampilla, buzón, por solo mencionar una parte en un sistema mucho más complejo y que incluía cartero, oficina postal, bicicleta, camiones, barcos, aviones, y que se invisibilizaba al recibir la carta, una carta-
Además las cartas eran un objeto de culto, a las cartas se las guardaba, con su sobre correspondiente, cada carta de cada remitente era dispuesta sobre una montón aparte del resto, bueno tal vez mi obsesión de orden , pero era una costumbre frecuente.
Conservo aun las cartas de mis abuelos, cuando la vida los llevo a abandonar su tierra natal, su isla en el Adriático, tan jóvenes, y su único vínculo con sus padres y hermanos eran esos papeles, esos sobres, esas letras escritas a pluma, esos rasgos caligráficos llenos de firuletes, conservo cartas que no entiendo, escritas en una lengua que no hablo, como jeroglíficos a los que observo desconcertado sabiendo que dicen algo que no puedo descifrar.
Y ahora escribo rápido sobre este teclado, en forma instantánea le envío un texto o una foto a alguien tan lejano, tengo mil contactos en Facebook, tengo quinientas direcciones de correo agendadas, fotos y archivos en la nube, todo digital, todo tan frágil , leve y fugas . Siento una relación de distancia tal que me impide ser objetivo, siento una especie de nostalgia a-crítica por todas aquellas prácticas ahora lejanas.
El correo postal ha sido la forma de intercambio de información entre las personas e instituciones por mucho tiempo, y recién hace una década es que estamos asistiendo a su desaparición de las formas físicas para pasar a las digitales. Nos alejamos del objeto como fetiche para interiorizar el símbolo, y suceden otras cosas en paralelo: podemos escribir mucho más, en forma más económica, conocemos mucha más gente, y la escritura de ha vuelto predominantemente digital
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