domingo, 26 de octubre de 2008

Tren al sur




Ahí ando, si; ahí ando.
¿Arquitecto?.
No,
solo tenaz desandador de rumbos inciertos.


No construyo un camino,
 no edifico puentes
ni elijo el rumbo.

Vanos  diques que atrapan al río,
vanos como sueños que se deshacen,
entre manos torpes el agua de la
vida.

¿Los ves?...
Veo a todos,
las calles, los cielos, sus rojos,
sus verdes y sus amarillos.
Sus rojos tintineando mientras el
tren arde de premura, de hastío,
de voces que gritan y ofertan
el corazón al precio de baratijas
infames que gimen horrendas.

Y los  pasajeros que se
derriten entre sus asientos.
 Con todo el plástico,
y con todo el hierro.

Y su andar torvo de estrépito
crujiente,
¿Cuántos huesos has quebrado hoy?
¿A cuántos ciervos has llevado hacia
sus amos?.
Horror; ¡todo el horror!
De máquinas, de acero fundido
y el cemento atrapando al
cielo entre sus líneas

¿Y al rayo que has aprisionado?
Te consume entre los cables
y el metal,
y todo el dolor de
esas madres ausentes que
llevan niños muertos en sus
brazos, niños muertos,
madres muertas también.

¡Oh Vida! ¿Dónde te escondes?
La Pampa que se arrastra entre
chapas de todo el zinc caliente,
ciénaga lánguida de espasmos,
donde otros niños muertos
huelen sus venenos.

Relojes, relojes grises
cemento, hierro,
callejones,
fiebre de la vida pura,

Vomitan las serpientes
del infierno, los despojos de toda
la furia del cruel reloj.
Ahí, ahí los vomitan, en sus
estaciones bajan los transeúntes,
sórdidos, perdidos, aún abrumados
por el peso de sus absurdas
tareas, y esperan el espanto de
ruedas de caucho y humo hacia
el lugar donde podrán,
tal vez
descansar.

¿Quién descansa?

¿El sueño de nosotros mismos?

Descansa paciente,
de la vida de fatigas,

Descansa,
Descansa hasta el final.

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