Aquí el dilema, y nuevamente
escribiendo sobre estas teclas como el instrumento del músico: es el
ritmo que resuena y no otra cosa.
Una partitura sorda que pueda vibrar
con los colores de la lengua, nunca había podido escribir nada de
lo que viví en ocasiones lejanas , que ya casi no recuerdo, pero esa
distancia es la que justamente me permite narrar estas historias-
La distancia justa, como de una fuente
de luminosidad intensa que encandila desde muy cerca, no habían
palabras, y no había lenguaje para el dolor de estar vivo, para
estos episodios que hoy retornan incandescentes, pero que ya no arden
en la piel, que ahora solo duelen en algún lugar silencioso cuando
todo el ruido de este estrépito inútil comienza a apagarse.
Bueno es poder escribir, que este
teclado sea solo un teclado, nada más, y que cada tanto las letras
se disparen como balas enloquecidas contra la retina y el papel,
contra las pantallas, contra el fondo blacno de todas las cosas
hechas entendimiento-
Ayer por la noche , tormenta. En mi
hogar, me sumergía en la pantalla de alguna pregunta inútil cuando
sonó el timbre de la puerta: Horacio se anunciaba en medio de la
lluvia, mi amigo Horacio.
No nos habíamos visto por tres años,
y solo caímos en la cuenta de ello al mencionarlo, vi tiempo tras
nuestras miradas, su cabello mas blanco, su mirada serena, su rostro
hecho de intensidades que marcaron pacientes estos años entre
nosotros.
Tal vez yo también sería su espejo,
también mi rostro reflejaba el golpe de los días y horas infames, ,
de las dudas, las alegrías, los sueños, los anhelos y la angustia ;
y en algunos destellos de felicidad hecha consciencia: el instante-
Cuanto tiempo había pasado entre
nosotros.
Recuerdo un día en que nos vimos en el
negocio en el que yo trabajaba, Horacio llegaba vendiendo artesanías,
armando figuras en resina, decorando jarros y cuchillos. Ahí hace
veinte años, cuando abríamos los ojos de la eternidad joven con
que se mira al mundo en ese momento de inmortalidad divina en que
todo es fiesta y dolor, pero mas que nada fiesta, en que la fuerza
del cuerpo vence cualquier esfuerzo inútil, ahí nos conocimos-
Después como una secuencia rápida,
fuimos Filósofos, músicos, brujos, místicos, viajeros, hermanos y
cómplices. Recuerdo como un día me contó que la rama frondosa de
un árbol despedía su vida pasada agitándose en gesto de adiós:
llegaría su hija, llegaron las mías, fuimos grandes, y …
Aquí estamos. Recuerdo cantando a la
luna llena una noche en el desierto después de beber el jugo del
cactus, una fiesta bañados en el polvo del suelo, los perros aullar
a la distancia, los cerros, el río de leteo, recuerdo también el
olvido que olvidamos juntos para volver a soñar.